miércoles, 14 de marzo de 2007

Uma Americana em Paris

Embora seja bastante mais débil – do ponto de vista musical, uma vez que não é ela quem faz as suas canções – que qualquer um dos outros com quem anda a fazer furor, pois é apenas MC, a americana Uffie é a que mais tinta tem feito correr no último ano.
Chegou a Paris para visitar o pai, fez-se amiga do Mr. Oizo, começou a namorar o Feadz, e deu início à sua grande cruzada.
Com dois EPs lançados e várias colaborações em discos de outros artistas do selo ED BANGER RECORDS, Uffie pode dizer que, antes de chegar aos vinte anos, já tinha feito uma tour americana e superado os traumas do liceu.
É responsável por frases como "trying to make a pimp proud" e "and if you don’t enjoy the shit you can get outta here" ou ainda da mais famosa: "I’m ready to fuck". Desd’as Spice Girls que não se via tanto girl power.
Uffie descende directamente do Miami Bass, e movimenta-se bastante bem nas sonoridades electro e rap. Se tomarmos atenção ao que reclama como principal influência e virmos que estilos musicais contaminou [o Miami Bass], depressa chegamos à conclusão que Uffie e M.I.A. podiam ser comparadas e dadas como melhores amigas. Excepto que Uffie não está muito virada para a política… É mais do tipo miúda com os tomates no sítio, que diz o que lhe apetece e tem o espírito de uma riot grrrrl. Tem presença e garra, e no entanto uma aparência frágil.
Conta com Mr. Oizo, Feadz e SebastiAn para a produção dos seus temas, e enquanto não chega o álbum, previsto para meados de 2007, contentamo-nos com os maxis de "Pop the Glock/Ready" to "Uff e Hot Chick/In Charge", ambos lançados no ano passado, pela editora francesa ED BANGER RECORDS.
Não há dúvida que ter bons conhecimentos importa. E que o diga esta novíssima coqueluche da cena francesa.

Joana Barrios

sábado, 10 de marzo de 2007

Divinidad de neon

Arcade Fire no cede un paso para dejar de admirarle.
La segunda entrega de la agrupación fundada en Montreal ya está en los estantes de venta bajo el nombre Neon Bible, que en cuanto a calidad e innovación sonora parece que honrará el éxito que lograron con su primer LP denominado "Funeral".

Los halagos de Bowie y un largo listado de estrellas musicales esta vez no serán novedad. Quizá sea hasta excesivo nombrarlos mientras se desperdician palabras para reconocer la exquisitez con que se dio vida a esta nueva pieza que confirma que el éxito planetario en estos tiempos no se contrapone con ser una banda de culto.

Etiquetado como indie-rock-pop-alternativo, el septeto no abandona su sonido de orquesta triunfal, magestuosa y fúnebre que continúa con su exploración por la estructura de sonidos progresivos y rememora, en esta ocasión, algo del rock and roll clásico, gospel, soul y blues.
Si bien el primer álbum estaba conformado por múltiples capas sonoras entrelazadas con la estela de buenas vibraciones que deja la muerte en la vida, en esta ocasión dejan el dedo en el renglón, pero añadiendo aventuras instrumentales, sonoras y temáticas.
Excitados e inspirados por aprender a usar nuevos instrumentos se traspasaron órganos, árpas, guitarras, acordeones, mandolinas, violas, violines, violonchelos, ukeleles y hasta una reliquia medieval llamada hurdy gurdy.

Buscaron hasta en los rincones de sus casas el espacio en el que mejor sonaran algunos de los instrumentos. Así que no fue sólo en una iglesia de Quebec –que compraron para convertirla en su estudio base- donde alimentaron el archivo instrumental para este disco. Encontraron que en la sala de estar de la casa de Regine se escuchaban bien los sonidos de las percusiones. También otro par de iglesias en Canadá, estudios en Nueva York y Budapest (donde se grabó la sesión de orquesta y los coros del tema Neon Bible), fueron otras de las locasiones.
La tinta de Arcade Fire no deja de correr en un dormitorio o frente al mar, espacios confesos para el trabajo de los autores de las letras y fundadores de la banda, Réggine Chassagne y Win Bugler.
En esta ocasión tratan tópicos como la guerra y el consumismo. Pero el halo de la muerte sigue presente, como el del éxito que dejó su primer álbum, en el que los temas eran cartas de despedida para sus seres queridos muertos.

Un exquisito regalo es la versión definitiva de “Intervention”, que eriza la piel aún más que cuando lo hacía antes de quedar grabada en un disco. Está enriquecida. El piano fue sustituido por un órgano que suena a eclesiastico. A divino. Como una biblia de neón.

El verano en directo…
A pesar de que los foros pequeños han sido los preferidos por Arcade Fire para mostrar en vivo su música, en España serán las grandes tarimas las que reciban el estreno de Neon Bible en directo.

El Summercase de este año ya los anuncia como parte del cartel.
¿Preparados para ver al septeto –y los cuatro músicos más que se acoplan en los directos- en acción?


Lulú Sánchez

Glastonbury añora a Glastonbury

Lo que fuera un sitio sagrado para sacerdotes celtas, cuña del cristianismo en el país anglosajón, transformado en local de culto a la música psicotrópica, las drogas, la libertad sexual y todo imaginario de la cultura hippie. En el inicio de su documental, Glastonbury, Julian Temple muestra la mística del local donde, hace más de 30 años, se realiza uno de los más conocidos festivales musicales al aire libre de Inglaterra.

Imágenes de ayer y de hoy y de todas esas décadas invitan el espectador a llegar, armar su carpa y empezar el viaje a través de la historia del festival. La opción del director es encadenar pasado y presente. El arma es el contraste irónico y la progresión histórica obtenida es una lección del más puro capitalismo salvaje. O cómo transformar un happening hippie en un conglomerado empresarial en tres décadas.

Temple muestra los primeros eventos, marcados por el idealismo y la falta de recursos. Por el lema de paz y amor, por la aproximación a la naturaleza y sus bucólicas vaquitas y por el evidente rechazo de los locales, formales campesinos, indignados con el “amor libre” y sus seguidores. Y pasa a los días de hoy, cuando el festival toma proporciones gigantescas, las grandes marcas invaden el espacio, las medidas de seguridad recuerdan al Muro de Berlín, la organización visa el lucro y el público ya olvidó el buen rollito de naturaleza y amor y sólo quiere satisfacer sus fantasías hedonistas.

Pero ni todo es ruina espiritual y ascensión del dios de la moneda. Siguiendo la inevitable transformación que se desarrolla ante sus ojos fascinados, el espectador revive los momentos y conciertos más interesantes de Glastonbury, se ríe de la gente que enfrenta el lodo e inundaciones, acompaña actuaciones de estrellas como David Bowie, Björk, Morrisey, Pulp o Radiohead y entiende, oyendo las decenas de entrevistas del público, porque Glastonbury aún es especial.

Liana Rocha

viernes, 2 de marzo de 2007

Glastonbury desde dentro

"Glastonbury", la última película de Julien Temple, no se ciñe a las actuaciones musicales que han pasado por sus escenarios a lo largo de sus 35 años de intensa vida, sino que nos quiere hacer sentir el espíritu del festival a través de la experiencias real de la gente normal, del público. El hilo conductor de las imágenes es el agricultor Michael Eavis, que fundó y sigue dirigiendo este peculiar encuentro musical. Eavis explica que una de las claves del éxito del certamen es el lugar donde se ubica: el valle de Avalon (suroeste de Inglaterra), un lugar que para él es sagrado y mítico, ya desprende una atmósfera de extraña llena misterio y espiritualidad.

La idea de montar el festival se le ocurrió al propio Eavis cuando asistió al Festival de Blues de Bath (sur de Inglaterra), y decidió organizar algo similar en su propia granja – de 280 hectáreas- donde los asistentes a los conciertos disfrutaran de la música además de comprar productos de su granja. El evento no se ha realizado cada año desde 1970, ya que ha sido cancelado en varias ocasiones por problemas de delincuencia y daños al medio ambiente. Eavis reunió la primera vez a más de dos mil personas. Lo que hace treinta años nació como una congregación de hippies mayoritariamente británicos, que consiguió contar con artistas de la talla de David Bowie, hoy es una cita internacional que reúne a las mejores bandas de rock y pop del momento (salen en el documental pequeños fragmentos de actuaciones de grupos como Chemichal Brothers, Primal Scream, New Order, Morrissey, Coldplay, Pulp o Bjork).

Cuando Temple decidió que quería hacer una película acerca de Glastonbury tenía claro que no quería hacer un documental periodístico al uso, sino que su intención desde el principio era captar la esencia de porque cada año miles personas de lugares diferentes, de tribus diferentes, de culturas diferentes, buscan la emoción de escuchar música en directo entre las colinas de un valle milenario. Y para eso el director hizo un llamamiento a los videoaficionados que habían acudido al festival para que le enviaran sus tomas. De esa forma, se aseguraba que el documental no se realizara desde el punto de vista de los periodistas o de los artistas, sino que fuese desde la mirada de los asistentes, de los fans. Pero las previsiones de Temple fueron desbordadas por completo llegando a recapitular 54.000 minutos de filmación. El director ha realizado una selección de todo este material y las ha mezclado con algunas tomas tomadas por el propio Temple, y con imágenes cedidas por la BBC de algunos de los conciertos más representativos.

"Glastonbury" refleja también la otra cara de los festivales multitudinarios; su organización. Como y donde ubicar a los miles de asistentes cuando van llegando, como sitúan en las tiendas de campaña, la suciedad que genera un festival de esas dimensiones y como se limpian las instalaciones, las actividades paralelas que realizan los asistentes. La seguridad también es uno de los temas que plasma el reportaje. Se da la paradoja que antes la policía actuaba como represión y ahora se dedica a que nadie se cuele en las instalaciones. En los 70 la gente asistía al festival para huir de la censura buscando un lugar donde estaba más libre; el festival era un símbolo político en la lucha por las libertades y tomaban drogas como experimentación. En la actualidad se ha despolitizado totalmente. La gente escapa de la rutina diaria, van al festival a desconectar y a disfrutar, y la droga no es más que otra forma de evasión. Con "Glastonbuy", Julien Temple ha ganado el 4º Festival de Cine Documental musical de Barcelona (In-edit) en la sección oficial internacional.

Jesús Palacios

jueves, 1 de marzo de 2007

Glastonbury: una experiencia única en comunidad

Un festival musical reúne muchos más ingredientes que no sólo las estrictas actuaciones que componen su cartel. "Glastonbury The Film" da fe de ello. Julien Temple, su realizador, impregna la cinta del ambiente y del espíritu que han envuelto el evento durante estos últimos treinta años. La mejor manera de hacerlo: mostrar imágenes significativas sin intervención ninguna de voces en off. Hasta aquí de acuerdo. Sin embargo, se hubiera agradecido el uso de rótulos informativos que situaran al espectador respecto a espacio, tiempo y protagonistas, y alguna que otra poda de imágenes superfluas y redundantes que no aportan información nueva. El film se abre y se cierra dentro de la lógica temporal. Arranca con la llegada a la gran explanada y concluye con el abandono masivo del festival y la vuelta a casa. Temple toma como hilo conductor del documental las declaraciones del organizador, Michael Eavis, que va marcando algunos de los temas principales tratados, como por ejemplo los problemas que se encuentran con las autoridades y los permisos, la complejidad del sistema de seguridad o las lluvias sufridas durante algunas de sus ediciones. Al discurso principal de Eavis se van cosiendo imágenes de los fans que acuden al festival, declaraciones de los mismos, pequeños retales de actuaciones (como las de David Bowie, Björk, Prodigy, Blur, Beck o The Kinks, entre otros), de la diversidad de espacios y algunos planos de los trabajadores de la organización en plena faena.

Mediante fundidos encadenados, el director muestra imágenes actuales de gruppies y otras más antiguas para poner de relieve el denominador común de todos aquellos que han pasado por Glastonbury: el gusto por la música, y que todos ellos conforman lo que podríamos llamar el espíritu de una cultura de la juventud (a pesar de que algunos superen la treintena).
El compromiso con causas políticas pierde peso edición tras edición y se va despolitizando el espacio. Pero al mismo tiempo que se despolitiza se tecnologiza. El montaje mediante imágenes de contraste funciona en este caso. Mostrar a un virtuoso de la guitarra enchufado sólo a un par de cables resalta con la explosión tecnológica y performativa de Prodigy. La narrativa audiovisual del realizador utiliza también la escenificación. La letra de alguna de las canciones de los intérpretes (I want to sleep like common people de Pulp) se ilustra gráficamente mediante imágenes (planos de gente durmiendo), consiguiendo una sensación de narración perfectamente concatenada.

Momentos de subidón de las drogas, mostrados a través de una cámara desenfocada y temblorosa, hasta en algunos casos subjetiva, pasando por despertares resacosos y momentos casi circenses muestran a la perfección que se trata de experiencias únicas pero compartidas, y que conforman aquello a lo que he convenido a llamar la cultura de la juventud.


María Elena Vallés

Antología de imágenes

Resumir 36 años de la historia de uno de los festivales de música más importantes del Reino Unido, como es el de Glastonbury no es tarea fácil. Son muchos años en los que miles de millones de personas han ido ha adorar a sus ídolos y a vivir todo tipo de experiencias.

Para Julien Temple, no parece haber sido tan complicado como demuestra el documental que ha realizado sobre este festival. El cineasta ha recopilado (con ayuda claro está) todo tipo de filmaciones antiguas y contemporáneas, no para explicar su historia, como lo haría un reportaje al uso, sino a través de un pequeño collage en el que retrata como ha ido cambiando el festival a lo largo de estos tres décadas, donde se ha pasado del hippiesmo al new age, pasando por el rock, el punk, el heavy y la electrónica. Prueba de ellos son las actuaciones que aparecen desde James Brown a Björk.

Pero el director de otros films sobre el mundo de la música, se aleja de la recopilación de conciertos y se centra en su público, en las experiencias que se han vivido y se viven en un paradero tan sagrado como particular. Unas experiencias que distan mucho de las de sus inicios como refleja el hecho de que siantes se le daba más importancia a la libertad de experimentar todo tipo de sensaciones y emociones a través de todo tipo de sustancias (por otra parte, una de las pocas cosas que se mantiene en el festival) y crear una comuna hippie donde la libertad hacia acto de presencia a través de su reivindicación, ahora es cada vez más frecuente la defensa de un pasárselo bien, sin reflexionar como ni porqué nació ese festival. Un ejemplo lo encontramos en la actitud de y hacia los policías que si antes eran visto como represores, aunque estos sintieran curiosidad e interés por lo que hacía, ahora son los propios organizadores quien requieren de medidas de seguridad para que nadie se cuele sin pagar. ¿Dónde está la libertad del festival de los años 70? ¿Esa importancia por lo que sucedía en el festival¿ ¿Por lo que decían los artistas que subían al escenario?

Temple parece plantear todas esas preguntas gracias a una superposición de imágenes presentes y pasadas, montadas (aparentemente) al azar, sin seguir un orden cronológico, que dejan bien claro que los tiempos cambian, tanto para la música, como para los festivales y el público al que se dirigen. Todo explicado a través de una antología de imágenes de un festival que era y seguirá siendo, pese a todo, uno de los más importantes del mundo.

Joan Colás